Aquel verano tan irregular
del cincuenta y tantos con naranjas
rodando sorpresivas desde el maletero
de un coche de temor igual que soles
que poblaran de color rubio los sueños,
el dolor meñique fue pintado
con sangre sepia por el daguerrotipo
y en el patio de la escuela
nunca faltaban las apuestas sobre aquello
que nunca iba a llegar,
el asma blanca de la costumbre
continuó haciendo esfuerzos para que pasase
por el camino tan estrecho el carro de heno,
y la delicia perfumada de la hierba segada
compensaba con creces el sudor,
pero una lluvia inoportuna
vino a romper el vidrio coloreado de la tarde
y sus filos tan desorientados
hirieron con muerte silenciosa
la llamita que ardía en la cocina.
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