El viejo bardo
remataba siempre su escritura
de poemas ciegos con en arrastre
de tinta oscura administrada
con su barba canosa e irregular,
no era su sentir como el de homero
ni sus sandalias recorrían
los caminos heroicos de la desolación,
sus héroes eran las hormigas, los pájaros menores,
la cigarras de hierro y los lagartos
de mil ojos que servían
en las ruinas del templo como arúspices
del intrincado oráculo, su vicio más venial
era el del vino que ofrecía
en amistad pacífica a los dioses del camino
en libaciones silenciosas a la sombra
de tilos destinados a aliviar el cansancio
de burros y viajeros,
en el brocal del pozo permanece
su perfil esculpido y la sentencia
que le obligó a morir en el destierro.
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