Qué oficio tan desaliñado
el de campanero en estos días
en que casi nada suena a bronce,
deberían dotarle de un uniforme de aire
que pudiera colgarse
del pico cigoñal de la veleta
para remediar la dignidad agujereada
de la bandera,
abramos la gramática sonora
y repasemos cada caso
de la declinación activa del tam tam,
atentos siempre a los volteos
descontrolados, a las festivas
arritmias del maquillaje y el disfraz que cubren
de fingida humanidad los laterales de la procesión
festonada de anuncios de alimentos de signo irreverente,
nunca debe oler a incienso
la desbandada de vencejos que persigue
como a jaculatoria el florilegio
de tábanos urgentes en la liturgia del domingo,
ni debiera
ser pasado por alto el albedrío clerical
con que el empleado laico se reviste
para adornar fuera de norma el regulado
y canónico estribillo del dos por dos que cierra el toque,
(se sabe que debiera terminar
como el obturador de cámara, con un clic ajustado
y un fundido en azul como el del cielo).
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