Esto fue lo que me dijo
el jeroglífico robot: se puede
desentubar el universo, no llueve
donde quiere y arde
con la llama inextinguible de la zarza,
luego oí crujidos de metal,
palabras todavía no acuñadas
aunque huidas del aplastamiento programado,
ni sangre ni dolor, tan sólo miedo
al empuje del factor mecánico
que empezaba a hormiguear bajo la piel.
Eché de menos
la lentitud pensada del crecimiento natural.
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