Aquí sólo pervive la maleza,
los enseres antiguos se sublevan
y crecen retadores como zarzas de llama irregular,
con rencor melancólico nos hablan del tiempo individual de su vigencia
suplicándonos casi la gracia de un vandálico borrado,
cómo se convierte el aire en ruina
y cómo permanece y consolida su memorial de destrucción,
todavía recuerdan
el ruido y el silencio como extremos de una idéntica aguja,
se clava y todo se disuelve con la prisa del aire prisionero
dejando apenas memoria de la arruga como señal de identidad,
las cargas de la arquitectura secundaria
disfrutan de su estado horizontal
igual que las manzanas del otoño en torno al árbol dórico
bajo el que habrán de acostumbrarse
a una deshabitada permanencia.
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