A veces vemos al cerrar un libro
cómo se pierde o se transforma
la delicada magia surgida en el ambiente, aunque tus dedos sigan
rozando la piel del héroe que vive entre sus páginas,
mala vida, piensas, la que toma como rehén al huésped
y le cierra puertas y ventanas
como si respirar fuera algo tóxico,
porque la ensoñación acabará doblándose
como una margarita en un jarrón
al que llega sólo el agua racionada de los presos,
la realidad se esconde y el rumor es otro,
y en el cristal llora el exceso de condensación,
sin trucos ni milagros, con la trasparencia de las gotas
de un llanto antiguo que no es felicidad,
que no es tristeza, ni siquiera un recurso de la magia
para endulzar la aspereza de las cosas
que están al otro lado del cristal.
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