Ahí estaba ya
subiendo a toda prisa por la escala,
las teclas blancas de esmerado marfil,
robar sonido, deshacer los rizos de cerezas de las semicorcheas,
tú mantén la intensidad, que el dedo empuje
como un fleje de acero acostumbrado, date al amor con ritmo,
saca la lengua si es preciso, pero sin forzar,
que las cejas vuelen en perfecto equilibrio, -dos gaviotas voraces-,
y que parezca un gesto de goloso,
dios, qué habría en la cabeza de este clérigo,
de qué divinidad sería el recuerdo, lo que narraba el Génesis
como cascada inevitable de un ruiseñor nocturno,
y el perfume sagrado de la profesora
saliendo de su blusa transparente, perfecto ardor
el roce de los dedos, el carpo equidistante, piel con piel
y todo reflejado en la laca negra de la tapa,
di a todo que sí, repite desde el fa, el alma atenta,
y no olvides esa anotación a lápiz, a la espera
de que la vida explote como el eructo de un volcán,
tú siempre al otro lado de la empalizada.
Zona B:
Acaso aquel ministro del gobierno genocida vio los ojos deshumanizados por el terror de palestinos refugiados en cuevas, entre cascotes y ferralla, aquel que se atrevió a llamarles animales humanos sin saber que la animalidad es el resultado de la mente que voluntariamente abandona el raciocinio, algo que él practica diariamente.
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