No era fácil obtener el privilegio:
al caer la luz, con el sonido de las moscas
flotando aún, llegaban ellos, uno a uno,
turnándose, moviendo el aire
con esa falsedad de tela vieja
que dora los crepúsculos y anima
a los fantasmas a salir,
yo ni siquiera me agachaba
para evitar la telaraña de sus alas
ni agitaba sombreros para cazarlos
con el embuste ingenuo del olor a sudor,
sólo quería saber si era verdad
que batían el aire
para aliviar el sufrimiento de las almas
atrapadas en la enredadera del alambre de púas
con que dios quiso cercar el purgatorio.
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