Lo bueno de este sitio
es que la luz sólo se enciende
cuando cruzas el puente,
a partir de ahí las cosas toman
prestada el alma y se parecen
tanto a sí mismas que podrían
pasar por un rotundo original
y ni dios sabría distinguirlas
de las innumerables copias que los siglos
han ido acumulando a las afueras
del desvencijado paraíso.
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