Recuerdo aún aquellas vacaciones
que pasé en el silencio,
había un campo interminable
que lindaba a veces con aldeas
minúsculas subidas en lo frondoso de las nubes
como arriscadas cabras de lo que está siempre naciendo,
los árboles cubrían a modo de telón
un escenario rumoroso en el que sólo faltaba la palabra,
es verdad que existía un manera de comunicación,
el cuco, las alondras, los mil pájaros sin nombre
trenzaban sus hiladas de color con la armonía
de lo elaborado por necesidad
sin sucumbir a concesiones,
a salvo siempre la mirada para honduras lineales
y las confidencias del teclado de bancales estrictos
que se asoman sin vértigo al vacío,
por encima sólo el águila, al oeste la caliza gris
y a lo lejos el humo de lo que arde sin llama,
eso que ya no existe pero sigue
alimentando un fuego inextinguible.
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