El día libre del safari
fuimos a la choza del gran jefe,
un anciano menguante pero sabio
que permanecía varias horas
en posición del loto mirando el horizonte,
una única palabra ocupaba la sesión
lo mismo que la fruta cayendo del follaje
al alcanzar la madurez,
hoy en su idioma dijo sol cuando una nube
obstruyó unos segundos la pujanza
inmisericorde de la luz,
después humedeció los dedos en saliva
y elaboró un espeso almagre
para ungir a los enfermos más urgentes,
por último,
vestido con su capa de plumas de colimbo,
movió los brazos lentamente
como si aventase la amenaza
de los mosquitos chupasangre
que cada tarde echaban la cortina
sobre nuestra indefensa condición.
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