Ahí llega el escarabajo egipcio,
su mancha avanza en diagonal sobre los poros
estremecidos de la repugnancia,
entrará en el secreto no coloreado de la sangre
con la indiferencia de quien pisa un territorio
que no le pertenece, él no sabe,
ni le importa saber lo que molesta su presencia,
en la penumbra encuentra su bienestar incómodo,
no precisa de comodidad su piel armada de charol
y el azabache enciende el bermellón de su alborada,
él no se pone de perfil como los dioses
a los que devora las entrañas,
y nunca deja huella
porque sus patas hacen cosquillas a la arena
y esta se precipita como risa
desde la alta duna de su indiferencia,
(todo camuflado entre señales
que le robó el siroco a la arenisca).
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