Párate a mirar
ese milagro luminoso de los adoquines
mojados con vapor de agua marina,
sobre ellos arde el fuego de la sal
y en el pulido lomo de la piedra
queda una escoria moribunda
que la avaricia de los hombres
confunde con el brillo de las perlas,
no caigas tú también en esa trampa,
limítate a seguirlos
con la fidelidad de los tranvías
hasta la estación final.
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