Al terminar la fiesta
en el pabellón sin luces hubo
un momento de gloria,
del alto techo con nervaduras de acero bermellón
colgaban las guirnaldas aldeanas
de una felicidad tan pisoteada
que parecía un excremento de trituradora de papel,
sin embargo ahora, ya sin luz ni fanfarrias,
toda la soledad oscura de la carpa
se dedicaba a la contemplación de unos adornos
que nadie vio mientras duró el festejo,
qué distinto del infinito desconsuelo
del confeti arrastrado por el viento
sin nadie amable con quien conversar.
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