Inadvertidamente
voy dejando mis temores por ahí,
mis gafas, las ventanas abiertas de algún libro,
la memoria o los posos ya fríos del café,
sin pensar que alguno puede jugar él solo como arúspice
a desentrañar el blanco oculto de las cosas,
prometo corregirme, un poco más
y todo volverá a ser como al principio
deshabitado y simple, sin misterios
ni paradojas opinables, como un agua
que busca siempre la litera
de abajo, la más fácil de ocupar.
(la infancia escoge sus lugares
como si fueran flores reversibles
porque sabe que en ellas la ternura
puede cambiar de lado).
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