En las mañanas del invierno
observas la resina de la luz
goteando desde el cielo
como si el sol viviera en los botones
dorados de tu uniforme de escolar,
te acompaña la sombra,
esa toga de oficio que defiende
la hospitalidad helada de los ángulos,
suavemente te empuja hacia el rigor del patio,
y allí te deja solo
tecleando el sordomudo braille de la luz
para que empieces a entender el mundo.
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