Aquel anciano hablaba poco,
se esforzaba por aparentar comodidad en sus largos silencios,
aunque sus ojos desmentían tanto esfuerzo,
seguía el movimiento de las olas
tratando de acunar un ansia
entre infantil y religiosa que le robaba el sueño,
el mar le daba miedo, de algún modo
le aceleraba la respiración haciéndole sentir
los sofocos del náufrago, ya no ondeaba banderas
y el color identitario se iba fundiendo en gris
o se borraba entre la niebla, los dioses se apagaban
igual que las luciérnagas que alcanzan la cópula final
dejando un juvenil caparazón proclamando a los vientos
que la muerte usa el mismo uniforme que la vida.
Zona B:
El cerco se irá cerrando en torno al genocida. Por mucha prisa que se dé en autorizar ocupaciones ilegales, no conseguirá agrandar el perímetro de su prisión.
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