Cuanto nombre propio en las cuadernas
de esa embarcación varada en la vejez del astillero,
Anteo, Bernabé, Sonsoles, Tasio, voces
ya desocupadas en la pared de los difuntos,
se oye la frustración de las pisadas
que aplastan las virutas del taller, las suelas claveteadas
sobre la grava del camino, todo aquello
que nos llega de lejos suena a creación, se inventa soles
para alegrar la noche y la voz de dioses ya olvidados
vuelve a sonar con fuerza, sus corazones de metal y sus miradas
siempre fijas en el más allá, nada ven de lo que avanza
pasito a paso en el tablero de la oca, el pozo, la prisión, la calavera,
el laberinto, rumor de dados, un amor peregrino,
la posada como invitación, la trampa del descanso
sometido a pastor y vigilancia, con lobos y mastines,
con acordeón de vísperas, aunque no exista una casilla
predestinada a la campana te aseguro que ella sonará,
de esto tú sabes más que nadie, campanera, mujer de luz nocturna,
madrugadora antes de que Aurora vaya al manantial
con el cántaro perlado de sudor aposentado en el rodal de pelo de camello,
vigilante devota de la luz que alza su vuelo por oriente,
sin embargo deberás volver atrás, penalizada a la casilla veintitrés,
ya sabes, rodeando setos, propiedades y establos sin caballos,
andando, que aquí cualquier distancia se hace a pie,
no se ha inventado aún el torbellino ni la caldera de vapor
que nos han de llevar dios sabe adonde.
Zona B:
Dejemos que el gobierno genocida haga volver a sus embajadores, que nos amenacen con su no amistad. ¿Quién quiere ser amigo de un gobierno que hace de la sangre su bandera? Atrás quedan dos pueblos, el palestino y el israelí, mirando con recelo una hoja de ruta sin futuro.
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