En aquel tiempo
los días eran largos, sucedían cosas
inexplicables como una puesta de sol
entre los altos cúmulos de fuego y plomo,
en las jornadas de labor voluntaria
cada vecino usaba el azadón o el hacha de podar
según el número de tierras o de animales de su cuadra,
se atendía la hacendera o el vallado caído de la huerta,
entonces se aprendía en las afueras de la realidad
no mirando el porvenir en los reflejos
del castaño pulido de las mesas de la escuela,
ojalá pudiera podértelo contar, no con palabras
sino con miradas, nunca se aprende
del todo esa lección, la repetida cada tarde por el sol
cuando se despide de nosotros dejándonos a oscuras,
de nuevo sorprendidos e ignorantes.
Zona B:
Sentaos cómodos, ociosos israelíes, en las terrazas de Tel Aviv, viendo la muerte llegar hasta las casas palestinas desprovistas de la marca de sangre con la que el genocida ha señalado a los condenados a ser exterminados.
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