Cualquier humo, por mínimo que sea,
deja huella en la cal, escribe
igual que un dedo bíblico los himnos
de la cautividad y anuncia
un futuro vinculado al hierro,
siempre habrá un muro blanco
adornado de salmos y algún clavo
para dejar la gorra y la mochila
antes de que el cerebro vuelva
a preguntar a qué jugamos,
y un dedo señalando
con didáctico empeño
en la dirección equivocada,
(al lado las madreñas asociadas
a la humedad del paragüero).
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