Amé el silencio -y aún-,
amé la soledad, amé el vacío,
iba por ahí escuchando mis propios ecos,
las pisadas de mi dudoso avance, -error-,
hoy trato de mantener en ascuas
el torpe incendio que arruinó la casa
porque en su calor se reconoce
la familiar madera del hogar,
la mesa abierta con sus sillas
esperando el milagro,
-aunque poco
cabe esperar a estas alturas
salvo el gregoriano de las cosas-.
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