...sé reconocer el filo del cuchillo
sobre la piel, aunque sea de noche,
viajando en carro o en camión
por carreteras secundarias en épocas lejanas,
chorreando el hielo como una tristeza
de marisco exiliado cuando se acercaba
al humo de madrid o a la sospecha
de su policía de fronteras, no hay aduana
peor que la que pisa
con ambos pies las dos riberas,
pasto y flores bajo el peso de la ferocidad
de unas botas militares
calzadas por civiles sin civilizar y sangre en los arroyos
que no llegan al mar para morir y mueren
en cualquier cuneta sofocada
por juncos y cardenchas, quiero
sentarme a descansar, darme una ducha
de vapor, soñando en el aliento
de las vacas que rumian la distancia
como si fuera hierba no segada aún, oliendo
al estiércol caído sobre el musgo
de la rusticidad o sobre matas de tomillo
para disimular el mal aliento
de este viento del norte que nos llega
desde los cuatro puntos cardinales
con la renovada voluntad de sofocarnos
y no dejarnos respirar,
pero, repito, sé reconocer el filo
del cuchillo sobre la piel, aunque la niebla empañe
el cristal del paisaje.
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