Me asomo a la ventana
para apurar la huida de la luz,
así se mide el tiempo, no en segundos
sino en los grados del color,
la sangre alegre de las horas
que como gallinas silenciosas
se suben a la percha de dormir,
han agotado su discurso
y, aunque llegara el zorro,
seguirían calladas, sabedoras
de que antes de las primeras luces
un gallo impertinente
descorrerá la cremallera
para que un nuevo día
aporte su habitual preocupación.
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