Ahí quedó el juramento analfabeto
de horacios y pancracios, todos
con pesados motivos, como barras
de hierro o palanquetas
para abrir el costado a los peñascos,
todos con la ceja larga
de la ofensa en la frente y nada
en las encrucijadas del cerebro,
el tiempo como el río pasa por debajo
de su agigantado orgullo y mueve
la aceña giradora del recuerdo,
así, gruñendo con desaceitado respirar
como el relincho de una manada de asturcones
que nunca han acudido a plaza,
flores de trapo lo recuerdan
en cruz de forja sufragada
por la memoria vecinal, harta del toque
nocturno de campanas
sin nadie que moviera los badajos.
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