miércoles, 7 de septiembre de 2022

Me he manchado de estiércol

 


                           de Evanäscente

                             (en el eterno día siete...)


Camino ahora por el jardín,

voy pensando en algo que quedó flotando

en nuestra anterior conversación,

-mugido lento o contracción disimulada del estómago en tu caso-,

has imaginado un mundo

interior lastrado por las emociones: la mirada 

ha de valorarlo todo bajo un estado de ánimo

que distingue con dificultad lo bueno, lo neutral y hasta lo torpe

de lo desaconsejable, de lo activo, y de lo asqueroso

sin que hayamos llegado a definir el asco

o la desapasionada simpatía,

me he manchado de estiércol y mi mano

huele a algo que puede ser sabiduría 

porque se adentra en la experiencia de algo

que acaso te ha salido mal, a ti que lo haces todo 

con irritación, aunque luego la rutina 

acabará enmendándolo,

tú mantienes tozudamente que la norma

es para bien, para poder mirar las cosas

en la cara bruñida de otra cosa y compararla

con la idea original que aún te colea

como gusano en la cabeza, pero eso se asemeja

al remedo tramposo de las nubes al atardecer 

que niegan la muerte de la luz 

con la borrosa promesa de un amanecer que no es seguro

salvo para ti, tan inseguro,


fíjate, a pesar de tus avisos,

no siento repulsión por la serpiente,

me agrada el hipnotismo que desprenden

los ojos lentos de las ranas, igual disfruto

del canto del zorzal que del quebrado

carraspeo del cuervo, sólo tú voz me asusta y me produce

incomodidad, fatiga, casi miedo, aunque de este

aún no tengo una imagen que coincida

con el caudal de mi experiencia.

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