Llamo buena a esa manera de vivir
que habla con los gorriones, que conoce
de antemano la llegada de la lluvia
por el olor mojado de la tierra,
a menudo camina por los túneles sin luz de las lombrices
y llega hasta las cuevas de los topos
para que los ojos se acostumbren a mirar lo ciego
con resignación de visionario, no con voracidad,
no sé si debo
llamar vida a este tramo hipnótico del tiempo
dedicado a mirar cómo las cosas
se acercan a nosotros
cuando ya la confianza es mutua y conocemos
la necesidad de compasión
de nuestras vidas enfrentadas,
¿o debiera pensar en armisticio?
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