Cuando te oigo llegar
me enfrento al reto de medir sin voz
la musical cadencia de tus pasos
de alta precisión,
he de medir con alma de metrónomo
el toc toc de charol de unos latidos
sobre el mármol,
y he de quedarme mudo
para que el reverbero permanezca
en la bóveda exacta de la memoria,
nítido, atrevido,
como el toque de atención de la batuta.
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