Miro como caen las nieves del otoño,
el torrente amarillo de una sangre vegetal,
no reglamentariamente verde y algo incómoda
por el disfraz contradictorio
de su exhibicionismo de colores,
se ha roto el cristal, tu frente sangra
como si fuera un arbolillo con pájaro interior,
debería rasguear el aire como un arpa,
con la intención arquitectónica
de los hilos flotantes de una araña,
o detenerme un rato a descansar pensando en ti,
llenar la cesta de boletus
y hacer que los sentidos reconozcan
la humedad de la noche al preparar la mesa
para compartir la fiebre con el pan,
no lejos se oye al cárabo,
traduce soledad y miedo al hambre,
nadie
debería estar solo, al menos debería
poder contar consigo mismo.
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