Ha sido utilizada la penumbra
para dorar de viejo las estatuas
recién sacadas del taller, ahora
están todas en fila sobre el banco
pagano del tallista, oliendo todavía a bosque
martirizado por la gubia, con la savia
perfumando el umbral de la memoria,
unas manos orfebres las vestirán de estuco y bol,
la lija las dejará impacientes a las puertas del color
y pasarán de ser figuras abreviadas de querubín
al lúbrico papel de sátiros,
poniendo sus impúdicas sonrisas al servicio
de una coreografía que pretende
armonizar contradicciones
entre mitologías enfrentadas.
Muy lejos,
entre polvo de oscuras sacristías
quedan los pies rosados de una inmaculada
que no ha querido someterse
a tan nefanda mutación.
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