Allí,
donde el inquieto azogue gris de la marisma
reflejaba el laurel del monte
y la cabellera de la hiedra era mordisqueada por los peces,
allí, soñando entre cipreses y eucaliptos
reposaban los huesos amarillos de una mujer proscrita,
una arriesgada molinera
que consiguió victorias frente al poderío del emperador,
en sus amores silenciados por la trompetería del estado
seguía dominando el tono entre campesino y palaciego
de una conversación mal susurrada
como la del pecador que acude a arrodillarse
ente la celosía del perdón y encuentra
un muro de silencio y soledad, tras el que asoman
las hojas del laurel de Dafne
al que Apolo marcó con sus olores
de perro con afán territorial.
Zona B:
Los árabes no os quieren por vecinos, a los gringos les empieza a molestar vuestra arrogancia, y vuestra guerra trae a la memoria del mundo libre episodios oscuros que pensaba que nunca volverían a ocurrir.
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