Hablar ahora de eso
sería como anunciar entonces
a los parroquianos ya mayores de la cantina
la pérdida de Cuba o la llegada de un barco con soldados
infectados de fiebres tropicales, tal blasfemia
podía provocar enfrentamientos en la asamblea vecinal
donde la voluntad se sometía al rigor caligráfico
de unas ordenanzas avaladas por el gobernador, un dogma laico
revestido de complicidades de sotana y rezos varios
que detenían en levitación cualquier tarea campesina,
angelus trémulos acompañados de campanas
y cagadas de vaca sobre la trilla a medio hacer,
era la navegación del miedo a una condena por no se sabe qué
en un mar sin extremos tan sólo comparable con la eternidad
o con el vacío que deja en la memoria la muerte de los niños.
Zona B:
¿Quién va a verificar la cantidad de muertos, o las circunstancias en que tales muertes ocurrieron? ¿Se investigarán los campos donde la tortura es una lluvia de fuego a la intemperie, o el bloqueo de los suministros básicos para la supervivencia de miles de civiles? ¿o deberemos añadir al catálogo de infamias este genocidio consentido por todo un pueblo y visto con indiferencia por la comunidad internacional?
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