viernes, 9 de agosto de 2024

Queda en pie la piel llena de ampollas del muro principal que dividía en dos la gran casa quemada; se asegura que dentro sigue oliendo a carne asada, aunque nadie se aventura entre los cabrios y vigas calcinados por temor a que algo quede sin quemar de toda aquella trama de enconados odios que provocaron el incendio

 




Hablar ahora de eso

sería como anunciar entonces

a los parroquianos ya mayores de la cantina

la pérdida de Cuba o la llegada de un barco con soldados

infectados de fiebres tropicales, tal blasfemia

podía provocar enfrentamientos en la asamblea vecinal

donde la voluntad se sometía al rigor caligráfico

de unas ordenanzas avaladas por el gobernador, un dogma laico

revestido de complicidades de sotana y rezos varios

que detenían en levitación cualquier tarea campesina,

angelus trémulos acompañados de campanas

y cagadas de vaca sobre la trilla a medio hacer,

era la navegación del miedo a una condena por no se sabe qué

en un mar sin extremos tan sólo comparable con la eternidad

o con el vacío que deja en la memoria la muerte de los niños.



Zona B:

¿Quién va a verificar la cantidad de muertos, o las circunstancias en que tales muertes ocurrieron? ¿Se investigarán los campos donde la tortura es una lluvia de fuego a la intemperie, o el bloqueo de los suministros básicos para la supervivencia de miles de civiles? ¿o deberemos añadir al catálogo de infamias este genocidio consentido por todo un pueblo y visto con indiferencia por la comunidad internacional?

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