lunes, 12 de agosto de 2024

De vez en cuando me sigue visitando un sueño que aflojaba la tensión insoportable de mis frecuentes pesadillas de la etapa adolescente: de un cordel de cáñamo colgaban los andrajos mojados por la lluvia que el grupo de frailes mendicantes había puesto a secar; no había fuego ni el sol había vuelto a aparecer, pero ellos repetían con una sonrisa bobalicona: ¿será este frío la señal de que estamos ya cerca de alcanzar la perfecta alegría?

 




Amaneció aquel día

con la frescura franciscana de lo natural,

era aún primavera y a lo lejos, tras la corona de oro

que nimbaba el perfil de Asís, llovía mansamente, 

en esa luz románica, ya casi gótica, flotaba un humo de tahona

y se horneaba el pan ácimo para auxiliar a los mendigos

que ejercían su oficio con señales de claro aburrimiento,

las historias de Giotto seguían ilustrando la pared,

pero en las calles se congelaba el tiempo y replicaba

ropajes y ademanes como un automatismo de reloj,

la indigna aparición de las gaviotas venidas de un lejano vertedero

y el chirrido glacial de los vencejos

no dejaban oír la florecilla que un ciego de verdad nos deshojaba

en un dialecto elemental que no se parecía al italiano.




Zona B: 

Dejémonos de farsas y establezcamos un rígido control de suministro de armas al gobierno genocida de Israel. Kamala Harris tiene una oportunidad de mostrar el mundo la calidad de los demócratas: o guerra y negocio o paz y justicia.

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