Asoma esa madera de mil nudos,
es el pino salvaje que ensamblado
con el roble familiar de nuestros montes
sirve lo mismo para carros
que para estanterías de vasar,
para cunas y andadores o para el ataúd trapezoidal
que tan bien se acomoda a los difuntos,
huele bien esa madera, su resina es más ácida
que la de la sabina, brilla como las lágrimas al sol
y avanza con lentitud de oruga
hasta la rústica pileta donde anidará esperando
la sublimación en estado de crisálida quieta
hasta alcanzar el aleteo de un aceite ligero
que ha de convertirse en mariposa.
Zona B:
Se empieza a hablar de tregua, no de paz definitiva. Después nos quedará la duda de la buena fe, cuando veamos deambular sin destino a una población a la que se ha robado el territorio y no encuentra sentido a una existencia al margen de lo que siempre se ha entendido como humanidad.
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