Asar sardinas,
un placer del que los dioses se olvidaron
al alejarse de la playa y adentrarse en la zona caliente de las dunas
donde duermen su siesta los ancestros de la mitología regional,
el humo perfumado con el tufo laico de los sacrificios
ofrecidos sin fe ni devoción bajo el puñal urgente de la gula
que azuza la cerveza recién sacada de las brasas heladas del Olimpo,
nada como esa refinada tortura del espeto
alzado en cruz sobre las gentes hambrientas de milagro
que siguen paso a paso los dictados
de las guías turísticas y acuden al reclamo
de una pagana eucaristía tras bautizarse en el reflejo
de un Jordán de aguas salobres.
Zona B:
¿Cuántos días más de destrucción han de pasar para que el genocida acceda a dialogar sobre una propuesta razonable? ¿O espera a que no queden palestinos que puedan oponerse a la ocupación final del territorio que comenzó en el 48 del pasado siglo?
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