El monje Casto
apareció una noche en la cocina
con una podadera y una azada,
-su insomnio se asomaba al lado curvo
y desfigurado del espejo-,
iba a rezar al huerto y se adornaba
con la adecuada ambientación
para alcanzar el éxtasis, se ayudaría a levitar
apoyando en la tapia la mística escalera del antifonario,
su corazón ardía y el perfume musical de los maitines
panalizaba su interior con miel aguda y cera hexagonal,
un bordoneo de central eléctrica
le recorría el espinazo y acabaría provocando
el dorado fulgor que presagiaba
la pronta amanecida del cambio de equinoccio.
Zona B:
El genocida cambia a su ministro de la guerra; cualquier desacuerdo sobre las directrices a seguir es considerado una debilidad, un estorbo para sus planes de exterminio.
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