He llegado a esta conclusión:
los dioses, que no existen, son los que conforman
el decálogo de nuestras frustraciones,
en cambio los que de verdad padecen nuestra devoción
son esos mismos que convertimos en imagen suya,
la única de dios, la que retoma el canon de la semejanza
y lo lleva a niveles tan altos que les hace parecer deidades
ataviadas con un halo de pervertida humanidad,
miradlo en el espejo.
Zona B:
Mirad, ha regresado. Se comparará consigo mismo y se hallará el mejor, el despiadado, el que vive en el fondo del espejo ahogándose en el fango de su imagen. Convertirá el planeta en un escabel para sus pezuñas.
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