Penúltima parada, muy cerca ya de El Castañar,
los burros se trababan a la argolla
en la portalada del mesón, era lugar de consentido,
charla y posada y el vino espeso que dejaba sangre
en los desconchones de la loza,
o el descreído altar de las plegarias tristes donde se fumaba
para dar aire de incienso a la emanación del muladar,
allí Sabo el taciturno, el de zahones florecidos de verdín,
el bardo tartamudo improvisaba de un golpe tres baladas
sobre pastoreo y trashumancia,
días de llanto enmascarado en lluvia, madera humedecida que al arder
soltaba un humo avinagrado que enturbiaba las guardias
en el exterior sin luna, y toses, un solo de toses que duraba
lo mismo que una apnea de competición,
abajo, en la penumbra del camastro
se soñaba con ángeles, con faunos sin vestir, con animales
o con el cordón umbilical de algún cordero
nacido antes de tiempo y que probablemente
habría que matar.
Zona B:
Repítase la historia, hágase ver al descreído su obcecación y que se cumpla la sentencia que distingue a los malos de los tontos. Sin duda se verá un mundo diferente.
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