Se ofrece,
-o tal vez sólo se deja ver-, indiferente,
con la amistad difícil de lo quieto,
la llanura asoma
su hocico de mastín, mirando
tan dilatadamente que parece
ceder la iniciativa a quien la mira,
husmea el aire y reconoce
la filiación de cada pájaro,
puede adivinar las estaciones
por la palpitación de las choperas,
valora por su voltaje a las tormentas
y administra el fulgor de cada rayo
para mostrar imágenes fugaces
de su alma oscura y su pasiva condición.
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