Para qué sirven al yeti
unos pies tan grandes si no hay forma
de protegerlos del invierno perpetuo en el que vive,
vemos siempre su espalda, el pavoroso músculo
de su leyenda huyendo de nosotros,
camuflándose con lo fugaz o lo romántico
de la mirada de otro tiempo,
le hemos puesto veneno en las ofrendas
disfrazadas de caridad, pero él sabe burlar tanto rececho,
conociendo nuestro mortal amor por lo distinto,
un pelaje gris desorientado que mide las distancias
con la precisión monocular del cíclope
y al final adopta la apariencia miedosa para darnos
tiempo a que escapemos a una posible represalia,
el frío está en los pies, pero su corazón es libre.
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