Qué hermosa esa palabra
no pronunciada aún, ese quejido
de safo cuando de falsete duerme
su sensibilidad enardecida,
no es el arrastre marítimo
tan dialectal de lesbos ni el sonido
a plata oscura de las grecas
en la túnica recién colgada al sol,
en cerámica roja se ha servido
un tirabuzón caliente de sirena
que nadie puede oír porque en la torre
de la iglesia del pueblo están tocando
las campanas urgentes del olvido.
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