No es en ese templo, no,
ni en las calles que irradian su dolor
hacia la anestesia lívida del campo,
sucede todo en el reducto
de la memoria, en la solitaria hierba
que puebla las aceras,
mira ese perro gozando de su libertad,
huyendo de sí mismo como si fuera un débito
a la enfermedad y al abandono,
o el gato tuerto que maldice
con naturalidad su mala suerte,
ellos reconocen la frustración del músculo,
su lamentable estado físico
mientras dejan que el frío cristalice
con crueldad inmisericorde
una estrella de hielo en su pelaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario