En su reseña del poema nunca escrito
Szymborska se conmueve ante el exceso
de estrellas para un cielo
exageradamente grande dedicado
a una tierra pequeña,
no importa ese despliegue
de despilfarro material, aunque mantiene
la duda de si seremos
los únicos testigos del prodigio
y por tanto debiéramos compartirlo
con la probabilidad de otras pequeñas
tierras habitables, sí, "Dios mío,
llama el hombre a Sí Mismo",
como si todo dependiera
de la voluntad de un visionario
que lo ha creado todo con derroche
menos la vida que es tan breve.
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