Bajo las puntadas de la aguja
bulle la sensación, algo aún sin geografía periférica,
delata un balanceo de la sangre,
a cada puntada corresponde un único latido
y en cada latido estalla
la sinestesia de la levedad,
tan grandes y tan débiles
como los gemelos que a distancia
comparten un dolor y reproducen
las erupciones del volcán dormido
en una dimensión ajena
a sus respectivos cuerpos.
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