Se para en una esquina
y se dedica a contemplar el lujo
del aire entre las ramas, cómo hace llover
el exceso de flor, las ya maduras y arrugadas,
en el suelo
algo oscuro las agrupa y configura
milagros de ikebana horizontal,
una rama toca en el cristal llamando
a la luz que duerme dentro,
cuéntame, le dice, cómo ves la calle desde ahí,
cómo imaginas
el olor del café que el bar abierto
esparce por la vecindad, sus luces
de cóctel proletario, su cansancio
de insomne faro de la noche,
las cosas hablan sin contar con él,
parado en una esquina, gemelo del dolor de las farolas,
tan inhumano, tan casual como eso que se nombra
como resignado mobiliario urbano.
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