Sé reconocer el ruido
que se alza con el sol de la marisma,
en los techos dormidos se reflejan
sobre teselas diminutas los graznidos
de las gaviotas grises, mezclándose
con algo de la luz quebrada de las olas,
me sabe a sal el aire, a yodo la humedad,
y a veces creo que al respirar mastico
el crujido de un caparazón de sepia
y me invade un regusto de blancura tan medicinal
que acaso ayude a liberar mis sueños
de pretensiones desmedidas.
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