Mirad a este rincón donde se guardan
los ecos de palabras nunca usadas,
la cocina del verbo con su toxicidad
y la amenaza permanente de los miedos personales,
todo suena aquí
a teatro leído por actores sin caracterizar,
a vestuario anticuado para monstruos,
es la pausa que anuncia la levitación
donde entre hipos se comprueban
las desnudeces hilvanadas a la piel
por hilillos dorados de sutura
que ni cosen ni visten, pero ayudan
a sostener con enternecedora contumacia
una arquitectura del dolor
entre andamiajes de anestesia.
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