Subida ahí,
flor de terraza sometida a vértigo,
no tiene coloración ni aroma,
toma el sol y fortalece
su sensación de cremallera semiabierta
con la voz tan fruncida como un clavel,
-sin serlo-, tan cotizada
como metal sembrado, capaz del cien por uno,
-aunque le subleven las parábolas-,
una entre un millón y puede
que más única que dios, -de estos hay muchos-,
esta flor de cocción, de ágil cerámica
podría confundir la pituitaria
de un sabueso alfarero
si luciera en el pelo de Beatriz
y Dante la buscara
en la mufla más alta del infierno.
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