Devotamente hicimos el camino,
un recorrido estacional entre las runas
grabadas en la piedra siguiendo los zij zaj de la vereda celta
que los romanos enlosaron con pórfido y basalto,
la luz era un anuncio que asomaba entre los celajes
de un repetitivo telediario incendiado de curiosidad,
llovía un oro turbio y se notaba el olor a jabalí
mezclado con el dulzor de los arándanos, larga tropa,
entre los que abrían marcha y los que la cerraban
más de ochenta metros, todos con varas de avellano
y calabaza para el agua como ordena el ritual,
íbamos a ver nacer al dios mermado en un día de julio
entre rumores de cataclismo y caos,
el mundo entero se pararía para ver, mantendría
la respiración como una apnea bajo el agua,
un hipo prolongado, el aire quieto, el palio de las hayas
despojado de pájaros y de temporalidad,
el verde eterno que apenas duraría unos minutos
mientras ocurría el apagón.
Zona B:
¿Quedan todavía escuelas y hospitales que bombardear? En Gaza tal vez no, pero quedarán en Líbano y si también aquí escaseasen, el genocida puede comenzar a bombardear cuarteles de la ONU; eliminará testigos y dejará bien claro que a él nadie le da órdenes y hará lo que le plazca por encima de leyes o convenios.
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