miércoles, 16 de octubre de 2024

Vivía tras el parapeto de un montón de libros, aislado y casi ciego a otra realidad que no fuera la que manaba del peñasco al que subía para leer; cuando sus ojos se cansaban cogía el lápiz y trataba de copiar algún recuerdo, algo anterior al aislamiento y casi siempre terminaba arrojándolo al fuego porque todos sus dibujos parecían afectados por una extraña enfermedad

 




Acudo a veces a recordar el lavadero,

las tajas de piedra artificial con la inclinación esclava

a la que obligaba la pobreza, la prosa musical 

del chorro de alimentación en el lado norte, el que nadie quería

por el aire helado que llegaba, fuera la nieve

se burlaba del blanco de las sábanas de lienzo montaraz

a las que apenas amansaba el azulete,

me quedaba allí parado, viendo caer en vertical los copos,

con las manos moradas, escuchando el afónico goteo

de la campana de las cinco, con dolor en la espalda

y el antifaz de la memoria cubriendo mi cabeza

con un pañuelo negro como el de las mujeres de mirada acuosa 

que se anticipaban al apagón municipal 

para volver a casa antes de la bajada de la luz,

ya con estrellas y azuzadas por los aullidos de los lobos

y el inevitable olor a humo con que las chimeneas

se disculpaban por el frío haciendo arder la oscuridad.



Zona B:

Convertimos la guerra en un hipnótico rosario de cadáveres, lanzamos al espacio esa contabilidad infame y lo resumimos todo en un escueto telediario para pasar sin más a otros asuntos. Cada día que pasa es un bloque en el muro de la impunidad del genocida. COMO SI HUBIERA ALGÚN ASUNTO MÁS IMPORTANTE QUE LA VIDA Y UN DEBER MÁS UNIVERSAL QUE LA JUSTIICIA.



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