Acudo a veces a recordar el lavadero,
las tajas de piedra artificial con la inclinación esclava
a la que obligaba la pobreza, la prosa musical
del chorro de alimentación en el lado norte, el que nadie quería
por el aire helado que llegaba, fuera la nieve
se burlaba del blanco de las sábanas de lienzo montaraz
a las que apenas amansaba el azulete,
me quedaba allí parado, viendo caer en vertical los copos,
con las manos moradas, escuchando el afónico goteo
de la campana de las cinco, con dolor en la espalda
y el antifaz de la memoria cubriendo mi cabeza
con un pañuelo negro como el de las mujeres de mirada acuosa
que se anticipaban al apagón municipal
para volver a casa antes de la bajada de la luz,
ya con estrellas y azuzadas por los aullidos de los lobos
y el inevitable olor a humo con que las chimeneas
se disculpaban por el frío haciendo arder la oscuridad.
Zona B:
Convertimos la guerra en un hipnótico rosario de cadáveres, lanzamos al espacio esa contabilidad infame y lo resumimos todo en un escueto telediario para pasar sin más a otros asuntos. Cada día que pasa es un bloque en el muro de la impunidad del genocida. COMO SI HUBIERA ALGÚN ASUNTO MÁS IMPORTANTE QUE LA VIDA Y UN DEBER MÁS UNIVERSAL QUE LA JUSTIICIA.
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