Tanto silencio para cruzar la calle
con esa desolada prisa que sobreentiende los saludos,
tú estabas allí, caído, o más bien tirado,
como recado de cocina satisfecho ya,
apenas te miré, no quise verte como un escombro de riada,
eras tan sólo una basura reciclable a la que probablemente
nadie va a reciclar, seguí adelante,
pero tu imagen me seguía con gemidos de perro mendicante
a la espera de un simpático desdén,
al final volví atrás, busqué en la acera y allí seguías tú,
un papel humillado por la lluvia, escrito a lápiz
por ambas caras, como el que yo suelo emplear para que nazca
el infinito verso que cada día viene a asomarse a la ventana.
Zona B:
Nunca imaginé que los seguidores de leyendas que dan un peso singular a la justicia (cuentan con un libro titulado "Jueces") acabaran doblegando a voluntad unos mandatos que se suponen emanados de la divinidad. Toda la Torá pasada por las armas. Cosas veredes, amigo Sancho.
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